
Jesús Orta Ruiz, el indio Naborí
(La Habana, 1922)
Poema de tus manos
Tus manos son dos nardos que mi boca
ensortija de besos. En tus manos,
transformóse el manojo de mis penas
en manojos de cantos.
Cuando acarician mi cabeza negra
hay en mi frente pensamientos blancos.
Surgieron en el mar de mi agonía
y se tendieron a mi sueño náufrago.
Y no son manos consteladas -iris
de zafiros, diamantes y topacios-:
son manos que adornaron las virtudes
con las ásperas joyas del trabajo.
Deja verlas, Amada. Que mis besos
endulcen el dolor de su cansancio
y déjame anunciarte que el mañana
es una blanca redención de nardos.
Pablo Neruda
Déjame sueltas las manos...
DÉJAME sueltas las manosy el corazón, déjame libre!
Deja que mis dedos corran
por los caminos de tu cuerpo.
La pasión —sangre, fuego, besos—
me incendia a llamaradas trémulas.
Ay, tú no sabes lo que es esto!
Es la tempestad de mis sentidos
doblegando la selva sensible de mis nervios.
Es la carne que grita con sus ardientes lenguas!
Es el incendio!
Y estás aquí, mujer, como un madero intacto
ahora que vuela toda mi vida hecha cenizas
hacia tu cuerpo lleno, como la noche, de astros!
Déjame libre las manos
y el corazón, déjame libre!
Yo sólo te deseo, yo sólo te deseo!
No es amor, es deseo que se agosta y se extingue,
es precipitación de furias,
acercamiento de lo imposible,
pero estás tú,
estás para dármelo todo,
y a darme lo que tienes a la tierra viniste—
como yo para contenerte,
y desearte,
y recibirte!